¿Cuántas veces nos hemos detenido a reflexionar acerca del verdadero rol de la educación? ¿Educación para qué?
En el fondo, el papel más importante de la educación es de servir de proceso de gestación y desarrollo de seres humanos integrales e íntegros, enteros, completos, en plenitud.
Profundizando en nuestra línea de pensamiento y para arrojar un poco más de luz en el proceso, podemos tomar esa palabra: “integral” y jugar un poco con ella, y con sus opuestos. Integral significa que la persona es “una”, “unificada”, “no fragmentada”. En nuestro mundo actual, las presiones sociales, económicas, académicas y hasta políticas y tecnológicas nos están llevando a crear una humanidad de constituida por espectros frankeinsteinianos, “personas” que no son más que una mala conjunción de elementos incompatibles pegados a la fuerza, con la pretensión de crear personas más aptas. En realidad, estamos creando personas más fragmentadas, más separadas de sí mismas, más alejadas de su propio centro.
Cada vez más escuchamos más y más jóvenes expresar, gritar, clamar por su necesidad de “encontrarse consigo mismos”. Y nos preguntamos, “pero, ¿y dónde se le perdió ‘sí mismo’? ¿Es que no se da cuenta que él está ahí, en él, en ella?”. Sí, bueno, es sólo que tanta fragmentación ya no les deja verse a sí mismos y a sí mismas y, mientras más buscan fuera de sí, más fuerzas centrífugas encuentran, y así se alejan más de su centro, se fragmentan más, se pierden más, se distraen más.
Pero, ¡un momento! ¿se distraen, dije? Se dis-traen. ¡Oh! ¡El prefijo “dis”! Prefijo que expresa negación o separación. Dis-traer, negación de traer; y la negación de traer es, pues, llevar… y sólo se puede llevar hacia fuera. Estamos creando una humanidad distraída, descentrada, viviendo continuamente en referencia al objeto, y cada vez menos en la auto-referencia o referencia al sujeto, en referencia a sí mismos.
Las consecuencias no son obvias. Pocas personas establecen una relación entre el problema de referencia externa y la competencia social que lleva al sobre-endeudamiento, y de éste a los problemas de deterioro en la economía, a un bajo nivel de ahorro, a un excesivo nivel de importaciones comparado con el nivel de productividad.
De temas como éste, lamentablemente, nadie se está haciendo eco. Nadie se hace eco de situaciones tan graves como que la sociedad en que vivimos está cada vez más sumergida en la “egocracia”, el gobierno del ego, por el ego y para el ego. Los valores que pretendemos proclamar se han encargado de producir sus propios antivalores que los neutralizan y los hacen pedazos. A muy pocos les importa el tema de forjar el carácter por medio de la práctica consistente de virtudes y desde allí forjar valores en lo más hondo de cada quien. No. Es más fácil, mucho más fácil sencillamente escribirlos, proclamarlos, predicarlos… y no vivirlos desde las actitudes y conductas.
¿A dónde nos lleva un sistema educativo que jamás se cuestiona en aspectos como éstos? ¿Merece llamarse “educativo” un sistema que se ha olvidado que primero y ante todo está formando “seres” que, en segundo lugar son “humanos” y que, en tercer lugar deben ser “capaces” para entonces poder tener “opciones” que los eleven integralmente, en lo humano, en lo social, en lo laboral, en lo cultural… en fin, en todas las dimensiones de una vida completa y digna?
Creo que, sencillamente, tenemos un costoso sistema de formación académica mediocre, al cual además, le queremos insuflar más recursos, de manera que los consuma con vertiginosa rapidez e ineficiencia.
El verdadero rol de la educación, repito, debe ser el de fomentar el desarrollo de seres humanos integrales e íntegros, enteros, completos. Seres humanos con capacidades y conductas que les sirvan de base para poder procurarse y acceder a un más alto nivel de opciones. Personas con capacidad y confianza, con dignidad y productividad, con mesura y arrojo, con destrezas sociales y habilidades técnicas.
En un mundo cuántico, donde el cambio espontáneo es la regla y los sistemas tradicionales son llevados continuamente al borde del caos, la persona integralmente formada debe ser capaz de reinventarse creativamente, de responder pro-activamente, sin perder su esencia, sin abandonar sus virtudes, sin malograr el fondo en beneficio de la forma, deslizándose sobre la ola del caos, sin convertirse en el caos.
Para ello, y ante todo, un sistema educativo de verdad debe iniciar por proveer al individuo, desde sus tempranos años, la posibilidad de elaborar su estrategia de vida, su proyecto personal, su plan individual. Así como se habla de estrategia de país y de empresa, ¿qué tal si comenzamos a hablar de estrategia personal? El sistema educativo debe ser el vehículo para que el niño y el joven encuentren la brillante oportunidad de descubrir sus preferencias y de decidir sus propios caminos hacia el futuro.
Pero, ¿cómo puede el sistema educativo proveer este espacio, si el sistema mismo no ha desarrollado su propia estrategia ni ha diseñado su propio futuro?
Un sistema educativo que plantea hoy el plan para proveer mañana las soluciones a los problemas de ayer es, sin lugar a dudas, un muy mal ejemplo.
A pesar de todo, existe un atenuante a favor del sistema educativo: ¿cómo puede un sistema educativo diseñar una estrategia cuando se encuentra contextualizado en un país que carece de un Plan Integral de Nación? No estamos hablando de un plan de competitividad sistémica empresarial, no. Estamos hablando de algo más profundo y trascendente.
Un Plan Integral de Nación debe definir quiénes queremos ser, desde los propósitos de la Nación como tal, hasta su cultura deseada (diseñada), sus metas (sociales, económicas, laborales…), y las formas (medios, procesos, estructuras, programas…) a través de las cuales conseguirá esos fines. Por supuesto, todo esto debe ser traducido a un claro, preciso, cuidadoso y detallado plan de acción, que pueda ser ejecutado seguido, revisado, comprobado, medido.
Sí, un Plan de Nación es la piedra angular en este proceso y, como dice una canción, ¿a quién le importa? Tal parece que a pocos. Quizás porque conseguir resultados de esta envergadura trasciende a uno o dos períodos electorales; quizás porque ahí no hay tanto dinero de por medio. Quizás porque el verdadero desarrollo y la verdadera educación no pagan.
viernes, 12 de octubre de 2007
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